Costes y comisiones, los enemigos de la rentabilidad
Es natural que cuando hablemos de invertir, enseguida pensemos en rentabilidades y, también, en riesgos. Pero hay un factor que debería ser igual de importante en nuestra toma de decisiones: los costes y las comisiones, que a menudo actúan como enemigos de la inversión.
Costes y comisiones pueden tener un impacto significativo en el rendimiento neto de las inversiones y, a largo plazo, pueden reducir de manera considerable los beneficios esperados. En su Pequeño libro para invertir con sentido común, John Bogle insiste sobre este aspecto y da algunos ejemplos sorprendentes, como este:
“Un estudio académico mostraba que el quintil más activo de todos los inversores rotaba su cartera a una tasa de más del 21% al mes. En tanto que ganaron una rentabilidad de mercado del 17,9% al año durante los periodos de 1990 a 1996, incurrieron en costes de negociación de aproximadamente el 6,5%, lo que les dejó con una rentabilidad anual del 11,4%, solo dos tercios de la rentabilidad en esa fuerte subida de mercado.”
Es decir, que los costes de rotación –es decir, los que se derivan de comprar y vender activos para variar la composición de nuestra cartera de inversión– pueden borrar hasta un 30% de la rentabilidad esperada de un fondo. Y eso en el supuesto de que el fondo en cuestión dé una rentabilidad de la que podamos hablar… Como recuerda Bogle, “el sentido común nos dice que el rendimiento va y viene, pero los costes permanecen”. Por eso conviene examinarlos detenidamente antes de contratar cualquier producto de inversión.
Enemigos de la rentabilidad a largo plazo
Aunque los costes y comisiones pueden parecer insignificantes cuando se consideran individualmente, su impacto a lo largo del tiempo puede ser significativo, como hemos visto en el ejemplo de los inversores más activos. Cada coste reduce la cantidad de dinero que se invierte y, por lo tanto, disminuye el potencial de crecimiento compuesto de la inversión. Esto se conoce como la erosión de los rendimientos.
Por ejemplo, consideremos un fondo de inversión con una comisión de gestión del 2% anual. Si un inversor obtiene un rendimiento del 6% antes de comisiones, después de deducir la comisión de gestión, el rendimiento neto es solo del 4%. A largo plazo, esta diferencia del 2% puede resultar en una pérdida considerable de valor acumulado: si has oído hablar del interés compuesto como multiplicador de tus ganancias a largo plazo, puedes pensar en el devastador efecto contrario que suponen los costes acumulados año tras año…
Además, los costes de transacción pueden acumularse rápidamente si se realizan muchas operaciones dentro de un portafolio. Esto es particularmente relevante para los fondos de gestión activa, donde los gestores realizan frecuentes compras y ventas de activos. Los inversores en estos fondos pueden fácilmente pagar más en costes de transacción que aquellos que invierten en fondos pasivos, como los fondos indexados.
Cómo minimizar el impacto de los costes y comisiones
Por eso, y sabiendo que no podemos predecir la rentabilidad de ninguna inversión, lo mejor que podemos hacer es controlar lo que sí sabemos de antemano. Por ejemplo, los costes asociados. Entre los más comunes se encuentran:
1. Comisiones de gestión: Estas son las tarifas cobradas por los gestores de fondos de inversión y otros productos gestionados activamente. Suelen ser un porcentaje del total del capital invertido y pueden variar considerablemente entre diferentes fondos y gestores.
2. Comisiones de suscripción: Algunas inversiones cobran tarifas cuando se compra (entrada) o se vende (salida) una inversión. Estas pueden ser un porcentaje del monto invertido o una tarifa fija.
3. Costes de transacción: Se aplican al comprar o vender activos dentro de un portafolio, incluidos los costes de corretaje y otros cargos relacionados con la ejecución de las operaciones.
4. Gastos operativos: Incluyen una variedad de costes asociados con la operación de un fondo, como auditoría, legal, administración y otros gastos generales. Estos se expresan a menudo como una ratio de gastos, que es el porcentaje de los activos bajo gestión que se destinan a cubrir estos gastos.
5. Comisiones de rendimiento: Algunos fondos cobran comisiones basadas en el rendimiento, que se activan solo si el fondo supera ciertos umbrales de rendimiento. Aunque pueden parecer justas, pueden incentivar comportamientos de alto riesgo por parte de los gestores.
No hay secretos para el éxito, pero hay tres recomendaciones que pueden ser útiles para la mayor parte de los inversores. La primera es obvia: elegir inversiones de bajo coste. Los fondos indexados suelen tener costes muy inferiores a los fondos de gestión activa. Si nos vamos al inmobiliario, conviene recordar que la inversión en crowdfunding inmobiliario con Urbanitae no tiene ningún coste asociado para el inversor.
La segunda, derivada de lo anterior, es comparar comisiones. Antes de elegir cualquier producto, miremos la competencia o las alternativas más claras y veamos si, además de rentabilidades y riesgos, los costes son parecidos o hay mucha diferencia. Y, por último, invierte a largo plazo. Bogle abogaba por invertir una vez y retirarse del mercado: es decir, “estar quietos” para dejar que las inversiones crezcan a largo plazo. El enfoque de “comprar y mantener” puede ser beneficioso para minimizar los gastos de transacción y combatir con éxito a esos enemigos de la rentabilidad silenciosos: costes y comisiones.